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jueves, 11 de diciembre de 2014

ACTA DE INDEPENDENCIA



Adoptada en la Sesión del 6 de Agosto de 1825 por la Asamblea Deliberante del Alto Perú



Lanzándose furioso el León de Iberia, desde las columnas de Hércules hasta los Imperios de Moctezuma y de Atahuallpa, es por muchas centurias que ha despedazado el desgraciado cuerpo de América, y nutriéndose con su substancia: todos los Estados del Continente pueden mostrar al mundo sus profundas heridas para comparar el dilaceramiento que sufrieron, pero el Alto Perú aún las tiene más enormes, la sangre que vierten hasta el día es el monumento más auténtico de la ferocidad de aquel monstruo.



Después de diez y seis años que la América ha sido un campo de batalla, y que en toda su extensión los gritos de libertad repetidos por sus hijos, se han encontrado los de los unos con los de los otros, sin quedar un ángulo en toda la tierra donde este sagrado nombre no hubiese sido el encanto del americano, y la rabia del español; después que en tan dilatada lucha las naciones del mundo han recibido diferentes informaciones de la justa y legalidad con que las regiones todas de América han apelado para salvarse a la Santa Insurrección; cuando los genios de Junín y Ayacucho han purgado la tierra de la raza de los déspotas; cuando en fin, grandes naciones han reconocido ya la Independencia de Méjico, Colombia y Buenos Aires, cuyas quejas y agravios no han sido superados a las del Alto Perú; sería superfluo presentar un nuevo manifiesto justificativo de la resolución que tomamos.



El mundo sabe que el Alto Perú ha sido en el Continente de América, el ara donde se vertió la primera sangre de los libres, y la tierra donde existe la tumba del último de los tiranos; que Charcas, Potosí, Cochabamba, La Paz y Santa Cruz, han hecho constantes esfuerzos para sacudir el yugo peninsular, y que la irretractabilidad de sus votos contra el dominio español, su heroica oposición, han detenido mil veces las impetuosas marchas del enemigo sobre las regiones que sin esto habrían sido encadenadas, o salvándose sólo con el último y más prodigioso de los esfuerzos.



El mundo sabe también, que colocados en el corazón del Continente, destituidos de armas, y de toda clase de elementos de guerra, sin las proporciones que los otros Estados para obtenerlos de las naciones de ultramar, los Alto Peruanos han abatido el estandarte de los déspotas, en Aroma y Florida, en Chiquitos, Tarabuco, Cinti, en los valles de Sica Sica y Ayopaya, Tumusla y otros puntos diferentes; que el incendio bárbaro de más de cien pueblos, el saqueo de las ciudades, cadalsos por cientos levantados contra los libres; la sangre de miles de mártires de la patria ultimados con suplicios atroces que estremecieron a los Caribes; contribuciones, pechos, y exacciones arbitrarias, e inhumanas, la inseguridad absoluta del honor, de la vida, de las personas, y propiedades; y un sistema en fin inquisitorial atroz, y salvaje, no han podido apagar en el Alto Perú el fuego sagrado de la Libertad, el odio santo al poder de Iberia.



Cuando pues nos llega la vez de declarar nuestra Independencia de la España, y decretar nuestro futuro destino de un modo decoroso, legal y solemne, creemos llenar nuestro deber del respeto a las naciones extranjeras, y de información consiguiente de las razones poderosas y justos fundamentos impulsores de nuestra conducta, reproduciendo cuanto han publicado los manifiestos de los otros Estados de América, con respecto a la crueldad, injusticia, opresión, y ninguna protección con que han sido tratados por el gobierno español; pero sí, esto, y la seguridad con que protestamos a presencia del Gran Padre del Universo que ninguna región del Continente de Colón ha sido tan tiranizada, como el Alto Perú, no bastase a persuadir nuestra justicia, apelaremos a la publicidad con que las legiones españolas, y sus jefes más principales han profanado los altares, atacado el dogma, e insultado el culto, al tiempo mismo que el Gabinete de Madrid, ha fomentado desde la conquista la más horrible y destructora superstición les mostraremos un territorio con más de trescientas leguas de extensión de Norte a Sud, y casi otras tantas de Este a Oeste con ríos navegables, con terrenos feraces, con todos los tesoros del Reino vegetal en las inmensas montañas de Yungas, Apolobamba, Yuracaré, Mojos y Chiquitos; poblado de animales los más preciosos y útiles para el sustento, recreo e industria del hombre, situado donde existe el gran manantial de los metales que hacen la dicha del hombre, y le llenan de opulencia, con una población en fin, superior a la que tienen las Repúblicas Argentina, y la de Chile; todo esto les mostraríamos y diríamos: ved que donde ha podido existir un floreciente Imperio, sólo aparece bajo la torpe y desecante mano de Iberia, el símbolo de la ignorancia, del fanatismo, de la esclavitud e ignominia; venid y vedlo en una educación bárbara calculada para romper todos los resortes del alma en una agricultura agonizante guiada por sola rutina; en el monopolio, escandaloso del comercio, en el desplome e inutilización de nuestras más poderosas minas por la barbarie del poder español, en el cuidado con que en el siglo 19 se ha tratado de perturbar entre nosotros, sólo los conocimientos, artes y ciencias del siglo octavo; venid en fin, y si cuando contempléis a nuestros hermanos los indígenas, hijos del grande Manco Kapac, no se cubren vuestros ojos de torrentes de lágrimas, viendo en ellos hombres los más desgraciados, esclavos tan humillados, seres sacrificados a tantas clases de tormentos, ultrajes y penurias diréis que respecto de ellos parecerían los Ilotas ciudadanos de Esparta, y hombres muy dichosos los Níjeros Ojamdálams del Indostán, concluyendo con nosotros que nada es tan justo como romper los inicuos vínculos con que fuimos uncidos a la cruel España.



Nosotros habíamos también presentado al mundo una nerviosa y grande manifestación de los sólidos fundamentos con que después de las más graves, prolijas y detenidas meditaciones, hemos creído interesar a nuestra dicha, no asociarnos, ni a la República del Bajo Perú, ni a la del Río de La Plata, si  los respetables Congresos de una y otra presididos de la sabiduría, desinterés, y prudencia, no nos hubiesen dejado en plena libertad para disponer de nuestra suerte; pero cuando la ley de 9 de Mayo del uno y el decreto de 23 de Febrero del otro muestran notoriamente un generoso y laudable desprendimiento, relativamente a nuestro futuro destino, y colocan en nuestras propias manos la libre y espontánea decisión de lo que mejor conduzca a nuestra felicidad y gobierno; protestando a uno y otro Estado, eterno reconocimiento junto con nuestra justa consideración y ardientes votos de amistad, paz y buena correspondencia, hemos venido por unanimidad de sufragios la siguiente



DECLARACIÓN



La representación soberana de la Provincias del Alto Perú, profundamente penetrada del grandor e inmenso peso de su responsabilidad para con el Cielo y con la tierra, en el acto de pronunciar la suerte futura de sus comitentes, despojándose en las aras de la justicia, de todo espíritu de parcialidad, interés y miras privadas: habiendo implorado llena de sumisión, y respetuoso ardor la paternal asistencia del Hacedor Santo del Orbe, y tranquila en lo íntimo de su conciencia por la buena fe, detención, justicia, moderación, y profundas meditaciones que presiden a la presente resolución; declara solemnemente a nombre y de absoluto poder de sus dignos representados: Que ha llegado el venturoso día en que los inalterables, y ardientes votos del Alto Perú por emanciparse del poder injusto, opresor, y miserable del Rey Fernando Séptimo, mil veces corroborados con la sangre de sus hijos consten con la solemnidad, y autenticidad que al presente; y que cese para con esta privilegiada Región la condición degradante de Colonia de la España, junto con toda dependencia, tanto de ella, como de su actual y posteriores monarcas; que en consecuencia, y siendo al mismo tiempo interesante a su dicha, no asociarse a ninguna de las Repúblicas Vecinas, se erige en un Estado Soberano e Independiente de todas las naciones, tanto del viejo, como del nuevo mundo, y los Departamentos del Alto Perú firmes y unánimes en esta tan justa y magnánima resolución protestando a la faz de la tierra entera, que su voluntad irrevocable es gobernarse por sí mismos, y ser regidos por la Constitución, Leyes, y Autoridades que ellos propios se diesen, y creyesen más conducentes a su futura felicidad en clase de Nación, y al sostén inalterable de su santa religión católica, y de los sacrosantos derechos de honor, vida, libertad, igualdad, propiedad, y seguridad y para la invariabilidad y firmeza de esta resolución se ligan, vinculan, y comprometen por medio de esta Representación Soberana, a sostenerla tan firme, constante y heroicamente que en caso necesario sean consagrados con placer a su cumplimiento, defensa, e inalterabilidad; la vida misma con los haberes, y cuanto hay caro para los hombres. Imprímase y comuníquese a quien corresponde para su publicación y circulación. Dada en la Sala de Sesiones en seis de Agosto de mil ochocientos veinte y cinco, firmada de nuestra mano, y refrendada por nuestros Diputados Secretarios.



Concluida la lectura firmaron el Acta de Independencia todos los Señores Diputados, y se suspendió la Sesión, quedando señalado para la siguiente el día 8 del que rige; y la firmaron todos los Señores Concurrentes.



José Mariano Serrano, Diputado por Charcas, Presidente; José María Mendizábal, Diputado por La Paz, Vicepresidente; José María de Asín, Diputado por La Paz; Miguel José de Cabrera, Diputado por Cochabamba; Miguel Fermín Aparicio, Diputado por La Paz; José Miguel Lanza, Diputado por La Paz; Fermín Eyzaguirre, Diputado por La Paz; Francisco Vidal, Diputado por Cochabamba; Melchor Daza, Diputado por Potosí; Manuel José Calderón, Diputado por Potosí; Manuel Antonio Arellano, Diputado por Potosí; José Ballivián, Diputado por La Paz; José Manuel Pérez, Diputado por Cochabamba; Martín Cardón, Diputado por La Paz; Juan María Velarde, Diputado por La Paz; Francisco María Pinedo, Diputado por La Paz; José Indalecio Calderón y San Ginés, Diputado por La Paz; Casimiro Olañeta, Diputado por Chuquisaca; Manuel Anselmo de Tapia, Diputado por Potosí; Manuel María Urcullu, Diputado por Charcas; Rafael Monje, Diputado por La Paz; Eusebio Gutiérrez, Diputado por La Paz; Nicolás de Cabrera, Diputado por Cochabamba; Manuel Martín, Diputado por Potosí; Manuel Mariano Centeno, Diputado por Cochabamba; Dionisio de la Borda, Diputado por Cochabamba; Manuel Argote, Diputado por Potosí; José Antonio Pallares, Diputado por Potosí; José Eustaquio Gareca, Diputado por Potosí; José Manuel Tames, Diputado por Cochabamba; Pedro Terrazas, Diputado por Cochabamba; José María Dalence, Diputado por Charcas; Melchor Paz, Diputado por Cochabamba; Francisco Palazuelos, Diputado por Charcas; Miguel Vargas, Diputado por Cochabamba; Antonio Vicente Seoane, Diputado por Santa Cruz; Manuel María García, Diputado por Potosí; Marcos Escudero, Diputado por Cochabamba; Mariano Méndez, Diputado por Cochabamba; Manuel Cabello, Diputado por Cochabamba; José Mariano Enríquez, Diputado por Potosí: Isidoro Trujillo, Diputado por Potosí; Juan Manuel de Montoya, Diputado por Potosí; Ambrosio Mariano Hidalgo, Diputado por Charcas; José Martiniano Vargas, Diputado por Potosí; Vicente Caballero, Diputado por Santa Cruz; José Ignacio de San Ginés, Diputado por Potosí, Secretario; Ángel Mariano Moscoso, Diputado por Charcas, Secretario.

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