Raúl Portugal Montalvo
INTRODUCCION
De cara a la realidad y al analizar los acontecimientos que caracterizaron el siglo pasado, encontramos a la humanidad sumida en una profunda crisis, luego de haber atravesado por diferentes etapas que, en su momento arrojaron algunas luces de esperanza que, infelizmente, al declinar sus fugaces destellos, resulta nuevamente el mundo inmerso en la desorientación y el desasosiego.
En el natural y lógico afán de vislumbrar los derroteros ciertos y adecuados que ayuden a encontrar las soluciones que las circunstancias demandan y, procediendo a un recuento y ubicación de los problemas que afligen al mundo, apenas conseguimos comprenderlos y conocerlos en su real magnitud. Lo cierto es que la humanidad vive bajo la evidente amenaza de una constante conspiración, cuyos agentes, a través de su inocultable actividad, no han tenido otro remedio que dejarse conocer. A pesar de todo ello, la identificación de estos personeros, sólo nos conduce a la verificación parcial del problema. Es necesario actuar reflexionando y midiendo cada uno de nuestros pasos, de suerte que nuestro futuro accionar resulte coronado por el éxito que aguardamos.
El avasallante materialismo que caracteriza a nuestra época, a través de una bien meditada estrategia, procura desestabilizar más aún, si esto es posible, el ya tambaleante equilibrio del mundo actual mediante actitudes, cuyo corolario, no es otro, que el de agudizar y profundizar en grado sumo la ya intranquilizante desorientación reinante
Pretenden hacernos ver e intentan convencernos que la humanidad solo tiene dos opciones a escoger; si es que se trata de actuar acorde con las circunstancias: Por un lado la utopía marxista y, por el otro, un pragmatismo liberaloide completamente confuso. Nos presionan para evitar que advirtamos otras soluciones que no sean ambas éstas citadas y manejadas por la misma mano, constriñendo nuestro criterio de alarmante manera, al no permitirnos vislumbrar otras formas de resolver nuestros problemas nacionales, que no sean las determinadas por los que disponen a su albedrío de la voluntad de los pueblos, tratando de someternos a filosofías ajenas a los particulares intereses de cada grupo nacional.
Indudablemente, toda esta premeditada alienación de nuestros más elementales derechos, no se reduce a la simple imposición de doctrinas con las que muy poco o nada tenemos que hacer. Son consecuencia del estudio de meditados y minuciosos planes que conducen, sin ligar a dudas, al arbitrario reparto de riquezas que están muy lejos de pertenecer a quienes, sin mayor consulta, han hecho suyas las materias primas de la tierra. En torno a todo esto, resultamos mudos espectadores de la distribución de lo que poseemos, sin que se nos permita siquiera opinar sobre lo que por legítimo derecho nos pertenece.
Nosotros estamos convencidos que ni la utopía marxista y menos el pragmatismo liberal son los instrumentos ideológicos aptos para acometer la magna tarea de resolver los grandes problemas nacionales y dar respuesta a las profundas interrogantes que se plantea el hombre boliviano. Al contrario, sabemos que tales soluciones y respuestas solo las encontraremos mediante la ubicación del sistema concreto de valores que hacen a nuestra identidad nacional, considerando el poder político, como un medio para instaurar un nuevo orden definido en sus principios fundamentales.
EL NACIONALISMO
Creemos pues, que el instrumento ideológico idóneo para la solución de la compleja problemática boliviana y para conducir a los hombres y mujeres de esta tierra a una era de prosperidad y justicia, debe surgir de la compulsa de nuestras específicas necesidades, del tratamiento adecuado de nuestros problemas, en base a los peculiares orígenes históricos de la Nación; de la utilización de los vitales elementos que provienen de la tradición y de la idiosincrasia, es decir, un incremento ideológico autónomo y coherente, liberado de las influencias deformantes de todo internacionalismo colonialista.
Existe, contemporáneamente, una tendencia fraudulenta a negar al nacionalismo las características y el contenido de doctrina, atribuyéndole el carácter de una simple postura emocional. Esta es un impostura que no resiste el menor análisis filosófico; pero, no hay que perder de vista, que quienes la cometen, no lo hacen precisamente por ingenuidad, sino como parte de la presunta hábil jugada en el tablero de la política mundial, con el fin de negar a las naciones surgentes el derecho a autodeterminarse y, en consecuencia, mantenerlas sumidas en el colonialismo ideológico, cuyo objeto, como está demostrado, es aprovechar sus ventajas estratégicas y sus riquezas naturales.
Pero el nacionalismo, tiene una posición sumamente clara y definida sobre su manera de considerar el problema político en los distintos factores que hacen al Estado, hecho que, junto a otros, le proporciona las fundamentales características científicas inherentes a una doctrina.
También caen por su propio peso, los falaces intentos de demostrar que existen varias “FORMAS” de nacionalismo. El nacionalismo es uno solo, concreto y definido. Es una visión total de la vida y del mundo por su inevitable fuerte carga emocional. Por lo tanto, el nacionalismo constituye una cosmovisión y por esto, un estilo de vida. Esto no significa que dicha cosmovisión genera idénticas formas políticas. Y aquí hay que poner énfasis en un hecho básico: Una forma política, nunca puede ser un artículo de exportación, porque no existen, ni podrán existir jamás formas políticas universalmente válidas. La esencia de la soberanía política de un pueblo reside, precisamente, en el acto de generar una forma política original correspondiente a su idiosincrasia, a sus necesidades y a sus aspiraciones.
COSMOVISION
La cosmovisión es la comprensión de los valores ancestrales. Es el resultado de la adecuación de una forma de vida a las específicas condiciones materiales que se han tenido que enfrentar y sobre las que ha triunfado el ánimo de vencer. Por eso, en la cosmovisión, hay sentimiento, como hay idea, que ha tenido que surgir para enfrentar al reto del medio y, finalmente, hay voluntad, clara voluntad de vencer. Eso significa que se ha dado una forma colectiva de comportamiento; que se ha creado una mentalidad determinada, etc. por eso, hay una básica concepción orgánica de enfrentar la vida.
Quedó dicho que el nacionalismo, como resultado de su rico contenido filosófico y la peculiaridad de sus planteamientos, constituye una cosmovisión.
Toda cosmovisión es el determinado ordenamiento de una escala de valores referida a un valor supremo, el cual, requiere e impone un estímulo de vida y una concreta misión histórica diferenciada en lo universal. A fin de realizar esa misión histórica en el tiempo y el espacio, toda cosmovisión genera un sistema propio, el mismo que a su vez, se halla conformado por estructuras que se disponen de una manera acorde con los valores sustentados.
Resulta sobradamente evidente que dicha concepción orgánica se opone al enfoque del materialismo dialéctico y a la versión liberal, en tanto y en cuanto estos dos enfoques mutilan al hombre. En cambio, el nacionalismo considera al ser humano como protagonista de su tiempo, constructor de su historia y dueño de su destino.
ESTADO
Dentro de esta conceptualización ideológica, el Estado viene a ser el órgano de síntesis y mando dentro de la comunidad organizada.
El Estado actúa y cumple su misión a través de un sistemas de jerarquías orgánicas o diferenciaciones naturales, en el límite de las cuales, cada hombre encuentra la posibilidad de desarrollar su personalidad y poner en funcionamiento sus capacidades; todo, al servicio de la comunidad social y de su entorno personal.
Así como la cúspide de la pirámide resume en sí misma las distintas formas armoniosas que bajan serenamente hacia la base; de la misma manera, el Estado, es el punto de partida y de llegada de toda diferencia natural que se instaure en la Sociedad y, una de sus tareas, consiste en emplear estos factores en consonancia con las metas que hacen a la búsqueda de la felicidad individual y colectiva de los integrantes de esa sociedad.
Establecida esa estructura sabia, justa y equilibrada, fuera del Estado, no puede existir convivencia social. La misión del Estado no se reduce a establecer una justicia humana; sino que también, debe dirigir la comunidad hacia objetivos superiores. Por ello, el Estado no es un fin en sí mismo, sino un medio
NACION E IDENTIDAD NACIONAL
La Nación es una realidad cultural que se ubica en la historia a través de una fundamental unidad de destino. O sea que, por sí, un conjunto de hombres asentados en determinado espacio geográfico no constituye una Nación; para alcanzar dicha categoría, deben agregar a la historia su caudal existencial, incluyendo el propio genio al cual definimos como un preciso modo de vivir y de entender la vida. Lo primordial es que para ser organizada y cobrar una auténtica vigencia, la Nación exige que se plantee una tarea política con proyección en el futuro.
La política, por su parte, debe entender a la Nación como una unidad histórica perdurable que, a partir de un pasado concreto, interpreta un presente específico y prepara un futuro.
El concepto de Nación está indisolublemente ligado al de Soberanía. Nación soberana es aquella cuyo pueblo (El hombre individual y colectivamente considerado) es independiente y se desarrolla libre de toda imposición extraña, como el único artífice de su destino.
Como herederos de una cultura ancestral que fue postergada por la conquista y la dependencia en la era republicana buscamos hoy, el reencuentro de todos los bolivianos, para lograr nuestra identidad nacional
Somos pues: pluralidad en el origen y seremos unidad en el destino, orgullosamente bolivianos.
La Paz, agosto de 1982
Nota del recopilador.
Estos subtítulos forman parte de la obra LOS PRINCIPIOS DEL NACIONALISMO, escrita por el camarada Raúl Portugal Montalvo en el año de 1982. Solamente fueron extractados aquellos que se han visto necesarios. La obra completa está siendo preparada para su reedición.
Camarada Sergio Portugal Joffre
INTRODUCCION
De cara a la realidad y al analizar los acontecimientos que caracterizaron el siglo pasado, encontramos a la humanidad sumida en una profunda crisis, luego de haber atravesado por diferentes etapas que, en su momento arrojaron algunas luces de esperanza que, infelizmente, al declinar sus fugaces destellos, resulta nuevamente el mundo inmerso en la desorientación y el desasosiego.
En el natural y lógico afán de vislumbrar los derroteros ciertos y adecuados que ayuden a encontrar las soluciones que las circunstancias demandan y, procediendo a un recuento y ubicación de los problemas que afligen al mundo, apenas conseguimos comprenderlos y conocerlos en su real magnitud. Lo cierto es que la humanidad vive bajo la evidente amenaza de una constante conspiración, cuyos agentes, a través de su inocultable actividad, no han tenido otro remedio que dejarse conocer. A pesar de todo ello, la identificación de estos personeros, sólo nos conduce a la verificación parcial del problema. Es necesario actuar reflexionando y midiendo cada uno de nuestros pasos, de suerte que nuestro futuro accionar resulte coronado por el éxito que aguardamos.
El avasallante materialismo que caracteriza a nuestra época, a través de una bien meditada estrategia, procura desestabilizar más aún, si esto es posible, el ya tambaleante equilibrio del mundo actual mediante actitudes, cuyo corolario, no es otro, que el de agudizar y profundizar en grado sumo la ya intranquilizante desorientación reinante
Pretenden hacernos ver e intentan convencernos que la humanidad solo tiene dos opciones a escoger; si es que se trata de actuar acorde con las circunstancias: Por un lado la utopía marxista y, por el otro, un pragmatismo liberaloide completamente confuso. Nos presionan para evitar que advirtamos otras soluciones que no sean ambas éstas citadas y manejadas por la misma mano, constriñendo nuestro criterio de alarmante manera, al no permitirnos vislumbrar otras formas de resolver nuestros problemas nacionales, que no sean las determinadas por los que disponen a su albedrío de la voluntad de los pueblos, tratando de someternos a filosofías ajenas a los particulares intereses de cada grupo nacional.
Indudablemente, toda esta premeditada alienación de nuestros más elementales derechos, no se reduce a la simple imposición de doctrinas con las que muy poco o nada tenemos que hacer. Son consecuencia del estudio de meditados y minuciosos planes que conducen, sin ligar a dudas, al arbitrario reparto de riquezas que están muy lejos de pertenecer a quienes, sin mayor consulta, han hecho suyas las materias primas de la tierra. En torno a todo esto, resultamos mudos espectadores de la distribución de lo que poseemos, sin que se nos permita siquiera opinar sobre lo que por legítimo derecho nos pertenece.
Nosotros estamos convencidos que ni la utopía marxista y menos el pragmatismo liberal son los instrumentos ideológicos aptos para acometer la magna tarea de resolver los grandes problemas nacionales y dar respuesta a las profundas interrogantes que se plantea el hombre boliviano. Al contrario, sabemos que tales soluciones y respuestas solo las encontraremos mediante la ubicación del sistema concreto de valores que hacen a nuestra identidad nacional, considerando el poder político, como un medio para instaurar un nuevo orden definido en sus principios fundamentales.
EL NACIONALISMO
Creemos pues, que el instrumento ideológico idóneo para la solución de la compleja problemática boliviana y para conducir a los hombres y mujeres de esta tierra a una era de prosperidad y justicia, debe surgir de la compulsa de nuestras específicas necesidades, del tratamiento adecuado de nuestros problemas, en base a los peculiares orígenes históricos de la Nación; de la utilización de los vitales elementos que provienen de la tradición y de la idiosincrasia, es decir, un incremento ideológico autónomo y coherente, liberado de las influencias deformantes de todo internacionalismo colonialista.
Existe, contemporáneamente, una tendencia fraudulenta a negar al nacionalismo las características y el contenido de doctrina, atribuyéndole el carácter de una simple postura emocional. Esta es un impostura que no resiste el menor análisis filosófico; pero, no hay que perder de vista, que quienes la cometen, no lo hacen precisamente por ingenuidad, sino como parte de la presunta hábil jugada en el tablero de la política mundial, con el fin de negar a las naciones surgentes el derecho a autodeterminarse y, en consecuencia, mantenerlas sumidas en el colonialismo ideológico, cuyo objeto, como está demostrado, es aprovechar sus ventajas estratégicas y sus riquezas naturales.
Pero el nacionalismo, tiene una posición sumamente clara y definida sobre su manera de considerar el problema político en los distintos factores que hacen al Estado, hecho que, junto a otros, le proporciona las fundamentales características científicas inherentes a una doctrina.
También caen por su propio peso, los falaces intentos de demostrar que existen varias “FORMAS” de nacionalismo. El nacionalismo es uno solo, concreto y definido. Es una visión total de la vida y del mundo por su inevitable fuerte carga emocional. Por lo tanto, el nacionalismo constituye una cosmovisión y por esto, un estilo de vida. Esto no significa que dicha cosmovisión genera idénticas formas políticas. Y aquí hay que poner énfasis en un hecho básico: Una forma política, nunca puede ser un artículo de exportación, porque no existen, ni podrán existir jamás formas políticas universalmente válidas. La esencia de la soberanía política de un pueblo reside, precisamente, en el acto de generar una forma política original correspondiente a su idiosincrasia, a sus necesidades y a sus aspiraciones.
COSMOVISION
La cosmovisión es la comprensión de los valores ancestrales. Es el resultado de la adecuación de una forma de vida a las específicas condiciones materiales que se han tenido que enfrentar y sobre las que ha triunfado el ánimo de vencer. Por eso, en la cosmovisión, hay sentimiento, como hay idea, que ha tenido que surgir para enfrentar al reto del medio y, finalmente, hay voluntad, clara voluntad de vencer. Eso significa que se ha dado una forma colectiva de comportamiento; que se ha creado una mentalidad determinada, etc. por eso, hay una básica concepción orgánica de enfrentar la vida.
Quedó dicho que el nacionalismo, como resultado de su rico contenido filosófico y la peculiaridad de sus planteamientos, constituye una cosmovisión.
Toda cosmovisión es el determinado ordenamiento de una escala de valores referida a un valor supremo, el cual, requiere e impone un estímulo de vida y una concreta misión histórica diferenciada en lo universal. A fin de realizar esa misión histórica en el tiempo y el espacio, toda cosmovisión genera un sistema propio, el mismo que a su vez, se halla conformado por estructuras que se disponen de una manera acorde con los valores sustentados.
Resulta sobradamente evidente que dicha concepción orgánica se opone al enfoque del materialismo dialéctico y a la versión liberal, en tanto y en cuanto estos dos enfoques mutilan al hombre. En cambio, el nacionalismo considera al ser humano como protagonista de su tiempo, constructor de su historia y dueño de su destino.
ESTADO
Dentro de esta conceptualización ideológica, el Estado viene a ser el órgano de síntesis y mando dentro de la comunidad organizada.
El Estado actúa y cumple su misión a través de un sistemas de jerarquías orgánicas o diferenciaciones naturales, en el límite de las cuales, cada hombre encuentra la posibilidad de desarrollar su personalidad y poner en funcionamiento sus capacidades; todo, al servicio de la comunidad social y de su entorno personal.
Así como la cúspide de la pirámide resume en sí misma las distintas formas armoniosas que bajan serenamente hacia la base; de la misma manera, el Estado, es el punto de partida y de llegada de toda diferencia natural que se instaure en la Sociedad y, una de sus tareas, consiste en emplear estos factores en consonancia con las metas que hacen a la búsqueda de la felicidad individual y colectiva de los integrantes de esa sociedad.
Establecida esa estructura sabia, justa y equilibrada, fuera del Estado, no puede existir convivencia social. La misión del Estado no se reduce a establecer una justicia humana; sino que también, debe dirigir la comunidad hacia objetivos superiores. Por ello, el Estado no es un fin en sí mismo, sino un medio
NACION E IDENTIDAD NACIONAL
La Nación es una realidad cultural que se ubica en la historia a través de una fundamental unidad de destino. O sea que, por sí, un conjunto de hombres asentados en determinado espacio geográfico no constituye una Nación; para alcanzar dicha categoría, deben agregar a la historia su caudal existencial, incluyendo el propio genio al cual definimos como un preciso modo de vivir y de entender la vida. Lo primordial es que para ser organizada y cobrar una auténtica vigencia, la Nación exige que se plantee una tarea política con proyección en el futuro.
La política, por su parte, debe entender a la Nación como una unidad histórica perdurable que, a partir de un pasado concreto, interpreta un presente específico y prepara un futuro.
El concepto de Nación está indisolublemente ligado al de Soberanía. Nación soberana es aquella cuyo pueblo (El hombre individual y colectivamente considerado) es independiente y se desarrolla libre de toda imposición extraña, como el único artífice de su destino.
Como herederos de una cultura ancestral que fue postergada por la conquista y la dependencia en la era republicana buscamos hoy, el reencuentro de todos los bolivianos, para lograr nuestra identidad nacional
Somos pues: pluralidad en el origen y seremos unidad en el destino, orgullosamente bolivianos.
La Paz, agosto de 1982
Nota del recopilador.
Estos subtítulos forman parte de la obra LOS PRINCIPIOS DEL NACIONALISMO, escrita por el camarada Raúl Portugal Montalvo en el año de 1982. Solamente fueron extractados aquellos que se han visto necesarios. La obra completa está siendo preparada para su reedición.
Camarada Sergio Portugal Joffre
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